Cuando recogí a Pau tras la operación la tarde del 6 de marzo de 2015, no podía ni tenerse en pie. Reposo, reposo y reposo a pesar de que en algún sitio leí que había animales que al día siguiente ya caminaban. En mi caso no fue así.
El traumatólogo que lo operó no quiso darle antiinflamatorios, así que seguí con la medicación habitual. Las cápsulas de Vetoryl para el Cushing y los suplementos no medicinales para aliviar dolor (Inflavet), mejorar las articulaciones (Hyaloral) y ayudar a la mejora de su piel y pelo (Oleoderm).
A los dos o tres días, el perro podía tenerse en pie, pero poco más.
Con el paso de los días suponía que iría a mejor, pero no fue así. Cada vez flexionaba más las patas, se tenía menos en pie y pedía más cama. El animal estaba depresivo y dolorido. Era desesperante. Había días que el perro ni podía tenerse en pie, así que empecé a pensar que la operación (utilizando la técnica extracapsular menos invasiva de "la hamaca") había fallado y que los hilos metálicos que le habían puesto para estabilizar las rodillas se habían roto.
Una noche en que el animal ni se movía llamé al hospital veterinario alarmada para pedir cita con el traumatólogo que lo había operado, pero se había ido de vacaciones, así que 10 días después de la operación, cuando me citaron para quitarle los puntos, aproveché para pedirles antiinflamatorios, ya que el animal iba cada vez peor, el traumatólogo no aparecía y me sentía impotente.
Rehabilitación en un centro especializado
Me dieron antiinflamatorios para cinco días y el perro podía tenerse en pie, pero poco más. Fue entonces cuando decidí dejar de esperar al traumatólogo y acudir a un centro de rehabilitación situado a 40 minutos en coche de mi localidad de origen. Era mi última esperanza.